miércoles, 14 de octubre de 2015

Adiós pelo


Desde mis 20 años sabía que me iba a quedar pelado, quizás desde antes.  Era cuestión de tiempo, en un principio intente pelearla y hasta me hice alguna vana esperanza, pero lo inevitable cumplió con su determinación, el pelo se iba, y cada vez más rápido.  Me faltaba fuerza para tomar la decisión de volarlo por completo, ya no había otro remedio, pero me resistía.
Una tarde, cuando salí de la oficina, doble en la esquina, en dirección a la parada del colectivo, y sobre el umbral de un bar abandonado, estaba acostado un lingera, hacía tiempo que paraba en ese sitio, el tipo estaba tapado con una frazada y cartones, con mucho olor a alcohol, obviamente sufriendo todas las penurias al completo desamparo.
Cuando me acercaba a él con aire de superioridad miro fijamente a mis ojos, y espetó: «Flaco, yo si estuviera como vos, me pelaría», me reí, le agradecí el consejo y seguí caminando.
Ese Diógenes, cambió mi vida, unos meses después del episodio, en un viaje, decidí sacar todo lo que quedaba, al principio fue impactante, sensitivamente distinto, raro al tacto, sufría más la temperatura, en el espejo me sentía incompleto, pero me adapte bastante rápido, y ahora llevo con orgullo mi cabeza calva.
De hecho hasta luzco más joven, tanto es así que a causa de la diferencia entre la imagen de mi pasaporte y mi calva realidad, casi me apresan en Budapest.
En mi última visita a Europa, estuve en Budapest, una ciudad espectacular, sin embargo allí comenzaron  mis 24 horas de mala suerte.
Estaba parando en un hotel un poco alejado del centro, aquel día salí temprano por la mañana, era mi último día en la ciudad. Me dedique a recorrer lugares nuevos y volver a visitar algunos.
Cuando regrese estaba agotado luego de 10 horas de andar sin parar, pese a ello llegue a la habitación con la intención de cerrar una reserva para el día siguiente en Viena, ducharme, y luego disfrutar de la noche de Budapest.
Abrí la puerta de la habitación, me recosté en la cama y estiré el brazo en busca de mi portátil, no estaba allí, empecé a revolver todo, pero al notebook no aparecía, también me faltaba un pen drive, y un porro, pero el ratero había tenido el gesto de robarme solamente uno de los cuatro que llevaba, realmente ese mínimo gesto me causo simpatía.
De todos modos, fiel a mi estilo arme una pequeña escena en el Hotel.  Llame a la encargada, quien entendía muy poco ingles, pero por mis señas pudo darse cuenta que me habían robado, ésta a su vez llamó al dueño del hotel.
Cuando llego el dueño me dijo que vería las grabaciones para verificar quien había perturbado mi intimidad.
Para que se den una idea, el hotel era una especie de U, con ángulos rectos, se ingresaba por una de las puntas, un largo pasillo, que doblaba a la izquierda en 90°, otro largo pasillo, otro giro de 90°, y un nuevo pasillo, mi habitación se situaba al final de este último.
Siguiendo con la línea de los acontecimientos desafortunados las cámaras del último pasillo, y que deberían haber perpetuado la imagen del delito cometido en mi contra, no funcionaban.
Al verificar el mal funcionamiento de las filmadoras, desde el hotel llamaron a la policía, cinco minutos después llegaron dos oficiales rubios, bien altos y con pocos conocimientos del ingles.
Por señas y gestos me indicaron amablemente que debía acompañarlos a la comisaría, situación a la que me resistí, por dos motivos, primero quería disfrutar el poco tiempo que me quedaba en Budapest, y segundo porque llevaba un porro en el bolsillo.
Fueron bastante convincentes, y al poco tiempo estaba abordo del patrullero acompañando a los señores policías.
Allí me comunicaron que habían llamado a una interprete para que pueda realizar la denuncia, sentía que el trato que mantenían conmigo era casi como el dado a un delincuente, espere en la recepción, la cual para mi asombro resultaba bastante similar a cualquiera de Argentina.
Habrían pasado unos diez minutos cuando me dirigí a la puerta con toda la intención de marcharme del lugar, salude a uno de los policías que allí estaban y emprendí mi salida, la que fue impedida por el oficial de turno, que a los gritos llamó a sus compañeros. Estos se acercaron a ver que había sucedido y el oficial de mayor rango me quitó el pasaporte.
En ese momento me dí cuenta que estaba en problemas, a los minutos llegó la interprete, pero sólo hablaba ingles, entonces de puro molesto solicité que me envíen  a una interprete del español, pero la vieja me dijo básicamente que me dejará de romper los huevos, y que juntos hagamos la denuncia, tenía razón era la salida más fácil del embrollo, de modo que accedí, y comenzamos.
Habrían pasado aproximadamente unos diez minutos, cuando un nuevo policía se acercó mirándome fijo a los ojos, luego bajaba la vista hacia el pasaporte que estaba en sus manos, mis ojos, el pasaporte, mis ojos, nuevamente el pasaporte y con cierta violencia en el tono, me preguntó en ingles, quién era el de la foto, entre risas contesté que coincidía con mi persona.
Pero no me creyó, la situación me generaba mucha gracia, ese podría haber sido un momento de tensión, pero me encontraba completamente relajado, me solicitó otro documento, le mostré el registro de conducir, el que rechazó porque no lo consideraba válido para Hungría.  Claro que no lo era, el único documento válido en Hungría era el pasaporte, que justamente se encontraba en su poder.
Luego de unos minutos de discusión accedió a creerme, y me pregunto si contaba con Visa, ya que era necesaria para ingresar a su país.
Yo estaba seguro que no la necesitaba, y allí comenzó una nueva discusión, que terminó con una llamada al Consulado Argentino, obviamente confirmó que no necesitaba Visa, de todos modos el incrédulo policía me advirtió que solo podía permanecer treinta días en su país.
En ese momento el policía comenzó a relajarse un poco y bromear conmigo, pero al rato me dijo que tenía que volver a hacer la denuncia delante de él, se tornaba densa y tediosa la situación, fundamentalmente porque mi noche se estaba diluyendo, nuevamente accedí al «pedido» y subimos al quinto piso a realizar el relato de los hechos.
Cuando terminé con todo el proceso habían transcurrido casi cinco horas desde que ingresara a la habitación.
Ya era tarde, estaba cansado, con hambre, y como era invierno, muchos de los restaurantes cercanos al hotel se encontraban cerrados por el horario.
Terminé cenando en MCdonalds mientras leía una novela.  Imagen bastante triste.
Volví al hotel, al día siguiente debía amanecer a las 6AM para tomar un bus que me trasladaría a Viena.
Me desperté temprano, odio madrugar.  Tome el subte hasta la terminal de autobuses, la terminal  se encontraba  en la intersección de dos avenidas y una diagonal, en una marea caótica de tráfico, no alcanzaba a ver que es lo que había del otro lado de la calle, y no encontraba la terminal de autobuses, comencé a preguntar y  cada uno me mandaba a un lugar distinto, finalmente encontré la terminal, pero el bus que debía tomar, no paraba en dicho sitio, sino enfrente, debajo de un estadio, llegue al nuevo lugar, pero no encontraba la supuesta parada, y no había ningún bus esperando a salir, ante la duda volví a la terminal oficial, donde me aseguraron que el bus que buscaba paraba debajo del estadio.
Cuando volví al estadio habían transcurrido 15 minutos desde el horario de partida de mi vehículo, en síntesis, perdí el bus.
El siguiente partía cuatro horas después, compre nuevamente el pasaje y me  dedique a perder tiempo en la terminal, desayune, leí un rato, conteste algunos correos, volví a desayunar, y alrededor de las 11AM fui nuevamente al estadio, a esperar mi transporte.
El colectivo que me trasladaría a Viena, estaba muy descuidado, me extraño ver algo así en Europa Central, verdaderamente los servicios allí son bastante mejores que los del cono sur, pero en este caso la cuestión era distinta, se parecía a cualquiera de los autobuses baratos que podría haber tomado en mi país.
El bus partió, y a los pocos kilómetros se detuvo en la banquina unos momentos, volvimos a salir, y a la media hora nuevamente se detuvo, volvimos a partir, pero a los 20 minutos se detuvo en un parador de la ruta, y esta vez de modo definitivo.  El chofer nos comunicó que el vehículo no continuaría su camino, ya que se había averiado.  Nos explicó que la empresa había mandado un mecánico que estaría al llegar, y que no nos podía mandar en taxis porque no contaba con el dinero suficiente.
Después de horas de patear piedras en el pavimento, llegó el mecánico que al ver el problema se dio cuenta inmediatamente que no podíamos continuar, se habían roto unas mangueras del radiador, o algo así.
Seguían pasando los minutos, sin mucho que hacer en aquel parador, el que me retuvo por 5 horas, hasta que llego el siguiente autobús, que había salido a las 5PM desde Budapest, y ya contaba con pasajeros, pude acomodarme en el nuevo bus, y este sí se dirigió sin paradas ni retraso a Viena, ciudad a la que llegué 24 horas después de haber ingresado a la habitación del hotel de Budapest.
MA 13/10/2015

miércoles, 7 de octubre de 2015

El Campanario


Los viajes han estado presentes a lo largo de mi vida, desde mi niñez, pasando por mi adolescencia y hasta mi actual presente.
Obviamente la forma, los lugares, las motivaciones y lo que hago viajando cambiaron,  así y todo, cada vez que puedo me largo... es mi manera de equilibrar ánimos, juntar fuerzas, recolectar anécdotas, ordenar  historias.  Redondeando, los viajes son muy importantes.
Cuando rondaba por mis 16 años, viaje con un nuevo grupo de amigos a la Ciudad de Chascomus. 
Ese grupo forjo mi adolescencia, y lo mantuve por mucho tiempo.
Yo viajaba con Quique, un compañero de la secundaria, y Fede, mi amigo de toda la vida, lo hacía con Martín, Nicolás, y Carballo, de estos últimos tres actualmente solo tengo vínculo con Carballo, con los otros  nos alejamos, pero en aquellos años estuvieron presentes y a fin de cuentas ayudaron a formar mi personalidad.
Con Carballo seguimos en contacto, y nos relacionamos de una manera muy similar a la que lo hacíamos en aquellos años, una comunicación ligada a una mirada burlona de todo, hasta de nosotros mismos, pero en aquel entonces no nos dábamos cuenta. Actualmente nos llamamos para nuestros cumpleaños, el me llama cuando cumple años, y yo lo llamo en el mio, somos muy jodones.
En esta travesía hacia Chascomus paramos en un Camping, en carpa.
Fogatas por las noches, andábamos en cuanto bosque o casa abandonada encontrábamos, en una de estas nos echaron a los tiros.
En los bosques nos contábamos historias, y hablábamos de como solucionar el mundo, las soluciones eran muy simples, y creo que deberían estar mucho más acertadas a las soluciones que podría plantear ahora, claro que para ello el mundo debería ser más simple, esa es la pequeña dificultad, pero simplificar el mundo no seria una mala idea, creo que es hasta necesario.
El último día de nuestro viaje, estábamos en la plaza principal de la Ciudad, como toda plaza principal de una Ciudad Hispano Americana, se encuentra frente a una Iglesia, era la época de Semana Santa.
Habíamos terminado de almorzar, y estábamos aburridos, las ideas más geniales ocurren en ese estado.
Justo por esos días había una feria instalada en la Plaza, ya nos habíamos cansado de recorrerla, vimos que en la iglesia estaban dando misa, ninguno de nosotros era demasiado creyente, la mayoría eramos ateos, Carballo además era anarquista y vegetariano, males que supo solucionar posteriormente. 
Entramos a la iglesia, y vimos al cura dar un tedioso sermón acerca del significado de las Pascuas. Sus palabras nos resultaron insoportables.
Salimos y con Carballo nos metimos por una puerta lateral estaba abierta, empezamos a explorar la zona, teníamos que buscar algo para hacer, el aburrimiento ya nos había desbordado.
Alguien nos había comentado durante el viaje lo riguroso que era el párroco con los horarios, y que todo el mundo en Chascomus sabía que hora era, porque escuchaba las campanadas de la iglesia.
Continuamos nuestra exploración sobre el lateral de la iglesia, entramos por una nueva puerta, y comenzamos a subir una escalera caracol, siguiendo una soga que colgaba por el centro, cuando llegamos a lo más alto nos encandiló el bello resplandor dorado de la campana iluminada por el sol.
Con Carballo teníamos una especie de competencia lúdica, pero esta vez habíamos unido nuestros esfuerzos, conjuntamente nos colgamos de la soga y la campana empezó a sonar una y otra vez.
Corrimos escalera abajo, y nos reencontramos con nuestros amigos, quienes ya se habían percatado de lo que habíamos hecho, salimos todos juntos corriendo en dirección a la plaza.
Lo único que lamento de aquel día, es no haber tenido un cámara de foto para inmortalizar la cara del cura mientras daba el discurso, y a las 14.33 pm, escuchaba la campana sonar una y otra vez.
MA 04/10/2015
 

domingo, 4 de octubre de 2015

Robin Hood de las Tasas

    Pertenezco a una generación bisagra, estoy entre la era analógica y la digital. Soy de los últimos que pudo vivir esa época en que para hablar por teléfono en vacaciones hacías una fila interminable en el locutorio entre las 20 y 21, porque en esa franja horaria era más barato.
    Crecí sin celular, solo empecé a usar uno a partir de los 20 o poco más, y eran para casos de necesidad, el celular no servía para muchas más cosas que para hablar.
    Cuando era niño jugaba en la plaza, era el lugar de encuentro, a la tarde se iba a la plaza.  Sabía el teléfono de mis amigos de memoria.  Veíamos dibujitos, siempre hubo alguna especie de computadora o vídeo juego en casa o en la de algún amigo, pero el horario en el que se usaban era reducido, nos veíamos mucho más cara a cara. 
    No pienso que el pasado haya sido mejor que el presente, simplemente me siento afortunado  por el hecho de haber pertenecido a esas dos generaciones.  Tener memoria de aquello, y haber podido evolucionar al paso de esta frenética actualidad, haberme adaptado, pude barrenar la ola casi desde el principio.
    La forma de divertirnos era callejera, era buscar como pasarla bien en la calle.     Eso añoro mucho, el lugar de encuentro... las vivencias y aprendizajes que esas pequeñas cosas nos daban.
    En aquel entonces nos convertimos una noche en los  Robin Hood de las tasas... que invento de mierda, las tasas de las cubiertas de los vehículos, era la forma de ocultar que tenías un auto demasiado barato como para ser digno de algo superior a una llanta de chapa, y entonces le echaban un plástico decorado, y de lejos, aveces aparentaba que era una llanta de aleación, otras veces ni siquiera eso.
    Mientras escucho Daytime Dilemma (Dangers of Love), de Los Ramones, me acuerdo de cuando nos convertimos con mi amigo Fede en los Robin Hood de las tasas.
    En una de esas tantas noches que andábamos al pedo por Floresta, vimos un 147 azul, con unas tasas suficientemente feas, nosotros también estábamos en un 147 azul, en ese instante nos miramos con una cierta complicidad, y decidimos robarnos las tasas, pero no para ponerlas en nuestro coche, eso hubiera sido un delito, lo que nosotros buscaba tenía otra trascendencia, era una manda moral, era una forma de hacer justicia social, de repartir mejor las riquezas, le íbamos a robar al que más tenía para darle al que menos, nuestro años asistiendo a un colegio religioso había dado sus frutos, nos habíamos convertido en buenos muchachos.
    Detuvimos el auto azul delante del otro auto azul, nos bajamos los dos juntos, uno de cada lado del autito, y le sacamos las cuatro tasas, nos volvimos a subir al otro auto, sin poder dejar de reírnos, y salimos cagando para que no nos viera nadie ... al fin de cuenta estábamos en Floresta...
    A las dos o tres cuadras vimos un nuevo 147 que tenía las llantas de chapa peladas, nuevamente la mirada cómplice, y bajo el mismo procedimiento, pero esta vez con el fin inverso, nos colocamos uno de cada lado del pequeño cochecito, color crema, le colocamos las tasas, estallamos de risa como dos sánganos, corrimos al auto en el que veníamos  y nos fuimos a la plaza, al lugar de encuentro, siempre encontrábamos a alguien por esos lugares para hacernos compañía, era una noche de verano, estábamos de vacaciones, así que nos quedamos en la esquina de la plaza de toda la vida, contando a quien pasaba nuestra hazaña de justicieros.
Sin poder parar de reírnos ni un minuto.
Y vos pusiste una cara como diciendo «y ahora que hacemos?» y yo te dije «se las ponemos a aquel» dije yo. Contaba Fede.
Y yo me reía desconsoladamente hasta casi llorar.
Desde esa noche comenzamos a ser los Robin Hoods de las Tasas, práctica que repetimos en varias ocasiones, hasta que nos dejo de parecer divertido, y movimos nuestros espíritus justicieros hacia nuevos horizontes.
MA 21/09/2015.