domingo, 4 de octubre de 2015

Robin Hood de las Tasas

    Pertenezco a una generación bisagra, estoy entre la era analógica y la digital. Soy de los últimos que pudo vivir esa época en que para hablar por teléfono en vacaciones hacías una fila interminable en el locutorio entre las 20 y 21, porque en esa franja horaria era más barato.
    Crecí sin celular, solo empecé a usar uno a partir de los 20 o poco más, y eran para casos de necesidad, el celular no servía para muchas más cosas que para hablar.
    Cuando era niño jugaba en la plaza, era el lugar de encuentro, a la tarde se iba a la plaza.  Sabía el teléfono de mis amigos de memoria.  Veíamos dibujitos, siempre hubo alguna especie de computadora o vídeo juego en casa o en la de algún amigo, pero el horario en el que se usaban era reducido, nos veíamos mucho más cara a cara. 
    No pienso que el pasado haya sido mejor que el presente, simplemente me siento afortunado  por el hecho de haber pertenecido a esas dos generaciones.  Tener memoria de aquello, y haber podido evolucionar al paso de esta frenética actualidad, haberme adaptado, pude barrenar la ola casi desde el principio.
    La forma de divertirnos era callejera, era buscar como pasarla bien en la calle.     Eso añoro mucho, el lugar de encuentro... las vivencias y aprendizajes que esas pequeñas cosas nos daban.
    En aquel entonces nos convertimos una noche en los  Robin Hood de las tasas... que invento de mierda, las tasas de las cubiertas de los vehículos, era la forma de ocultar que tenías un auto demasiado barato como para ser digno de algo superior a una llanta de chapa, y entonces le echaban un plástico decorado, y de lejos, aveces aparentaba que era una llanta de aleación, otras veces ni siquiera eso.
    Mientras escucho Daytime Dilemma (Dangers of Love), de Los Ramones, me acuerdo de cuando nos convertimos con mi amigo Fede en los Robin Hood de las tasas.
    En una de esas tantas noches que andábamos al pedo por Floresta, vimos un 147 azul, con unas tasas suficientemente feas, nosotros también estábamos en un 147 azul, en ese instante nos miramos con una cierta complicidad, y decidimos robarnos las tasas, pero no para ponerlas en nuestro coche, eso hubiera sido un delito, lo que nosotros buscaba tenía otra trascendencia, era una manda moral, era una forma de hacer justicia social, de repartir mejor las riquezas, le íbamos a robar al que más tenía para darle al que menos, nuestro años asistiendo a un colegio religioso había dado sus frutos, nos habíamos convertido en buenos muchachos.
    Detuvimos el auto azul delante del otro auto azul, nos bajamos los dos juntos, uno de cada lado del autito, y le sacamos las cuatro tasas, nos volvimos a subir al otro auto, sin poder dejar de reírnos, y salimos cagando para que no nos viera nadie ... al fin de cuenta estábamos en Floresta...
    A las dos o tres cuadras vimos un nuevo 147 que tenía las llantas de chapa peladas, nuevamente la mirada cómplice, y bajo el mismo procedimiento, pero esta vez con el fin inverso, nos colocamos uno de cada lado del pequeño cochecito, color crema, le colocamos las tasas, estallamos de risa como dos sánganos, corrimos al auto en el que veníamos  y nos fuimos a la plaza, al lugar de encuentro, siempre encontrábamos a alguien por esos lugares para hacernos compañía, era una noche de verano, estábamos de vacaciones, así que nos quedamos en la esquina de la plaza de toda la vida, contando a quien pasaba nuestra hazaña de justicieros.
Sin poder parar de reírnos ni un minuto.
Y vos pusiste una cara como diciendo «y ahora que hacemos?» y yo te dije «se las ponemos a aquel» dije yo. Contaba Fede.
Y yo me reía desconsoladamente hasta casi llorar.
Desde esa noche comenzamos a ser los Robin Hoods de las Tasas, práctica que repetimos en varias ocasiones, hasta que nos dejo de parecer divertido, y movimos nuestros espíritus justicieros hacia nuevos horizontes.
MA 21/09/2015.

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