Durante mi infancia veranee en la costa, una pequeña población
rodeada de bosques y médanos, cuando llegabamos con mi familia
empezaba a oler a libertad, largas caminatas por la playa, ocultarnos
en los tamariscos, escapar de la gran Ciudad y convertirnos en
“salvajes”, hacer vida de campo, cambiar las paredes del
departamento por los muros de una casa abandonada en la que jugábamos
con amigos, atrapar topos mientras escarbaban sus madrigueras, ir de
pesca, aprender a manejar, todo era un plan maravilloso.
A mi hermano y a mi nos encantaba era ir en busca del pantano. Mi
viejo nos había contado que trás los interminables médanos había
arenas movedizas, y desde que tengo recuerdos, cada año ibamos en su
busqueda.
Un día nos dijo que quien sabía la ubicación exacta del pantano,
era el anciano que paraba en la puerta de la verdulería. Ese tipo
había vivido toda su vida en el pueblo, lo conocía como la palma de
la mano. Una tarde en vez de ir a la playa o al arroyo fuimos a la
verdulería. Allí nos atendió Jaime, y nos dijo que el viejo estaba
muy mal, había enfermado, pero que le encantaría que lo visitemos,
estaría gustoso de contarnos todo lo que queramos, y además agregó
que tengamos cuidado porque era un poco fabulero.
Como no teníamos nada que hacer, fuimos.
Llegamos a la
casa de Ismael, quedaba a unas cuadras de la verdulería, era un
rancho casi destruido, vivía solo, la puerta estaba abierta y cuando
pasamos el umbral sentimos un olor a humedad que nos tumbaba,
aplaudimos para que Ismael se entere de nuestra presencia, y una voz
firme contestó:
- ¿Quién anda ahí?
- Ismael, somos Pablo y Juan, nos mando Jaime de la verdulería.
- Ustedes son los hijos del pelado ¿no es cierto?
- Así es.
- Bueno pasen, no se van a quedar ahí parados todo el día, yo estoy postrado en la cama.
La habitación
se encontraba en completo desorden, el viejo estaba tapado con dos
frazadas, era verano, afuera no corría una gota de viento y la
temperatura era de 30°, pero Ismael no estaba bien.
- ¿Qué los trae por aquí?
- No queríamos molestarlo Ismael, pero nuestro padre nos dijo que Ud. Sabe donde esta el pantano.
- ¿El pantano?
- Si si, el pantano señor, queremos conocerlo. Dijo mi hermano.
- Ustedes no pueden llegar hasta ese lugar, esta reservado para los baqueanos.
- Ismael, hace mucho tiempo que venimos a veranear a este pueblo, somos casi baqueanos.
- Jajajaja, ustedes ni siquiera saben el significado de esa palabra.
- Bueno jefe, no queríamos molestarlo, así que nos vamos.
- No no, pongan la pava y hagan mate, voy a ver si son capaces de llegar al pantano.
Le trajimos
el mate, empezó a cebar y me lo pasó, rechace el convite, mi
hermano lo aceptó gustoso, cuando agarró el porongo, lo mire
indicándole que lo deje, el viejo estaba enfermo, podía
contagiarnos. Ismael se percató de mi seña, y dijo:
- No te digo yo, ustedes son baqueanos y les da asco tomar de mi mate, lo que yo sufro no es contagioso, así que no tengan miedo.
Mi hermano me
lanzó una mirada burlona y le pegó una chupada a la bombilla.
- A ver ¿por qué quieren conocer el pantano? ¿Qué creen que pueden encontrar allí?
- Desde chicos que queremos ir.
- Ustedes aún son chicos.
- Si si, pero aún más de pequeños queríamos ir también.
- Nos intriga saber como es un pantano. Agregó Juan.
- Exacto, vivimos en una gran Ciudad en la que todas las calles son de pavimento, y no nos imaginamos que puede haber en un pantano.
- ¿Y cómo piensan llegar?
- Mi padre nos puede llevar en el Jeep.
- Para llegar al pantano hay que ir caminando o a caballo, en vehículo no se puede.
- ¿Por qué no se puede?
- Porque no es de baqueano, al pantano sólo llegan los baqueanos, ya se los dije.
- Esta bien, iremos caminando entonces ¿cuán lejos queda?
- Hay que caminar mucho, yo los veo medio debiluchos a Uds.
- Confié en nosotros Ismael, tenemos muchas ganas, y con ganas nadie nos para.
Así estuvimos un buen rato, el viejo nos explicó que debía
descubrir si podía confiar en nosotros, y advertirnos de todos los
peligros antes de decirnos como llegar.
Después de horas de charla nos pidió que vayamos al día siguiente
para seguir con la plática.
A partir de ese momento, pasamos todas las tardes con Ismael hasta el
fin de las vacaciones, las charlas no iban solamente de temas
vinculados con el pantano, sino con la historia del pueblo, con las
cosas que debía hacer alguien del campo, sobre como reaccionar ante
el ataque de un puma, en que posición debíamos armar la carpa, como
debíamos hidratarnos, el viejo sabia de todo, o lo inventaba, aún
así lo escuchábamos con atención. Aprendimos a tomar mate amargo,
le llevavamos churros, le encantaban. Por momentos disfrutábamos más
las historias de Ismael que la playa, los médanos, el mar, y todas
las demás actividades.
El último día nos explicó el camino hasta el pantano, nos dijo que
no se podía llegar en un solo día, quedaba muy lejos, tendríamos
que caminar recto por detrás del médano verde, acampar cuando caiga
la noche, hacer un fuego, y esperar a que salga el sol, al día
siguiente debíamos caminar en dirección contraria al amanecer,
habría que cruzar dos alambrados, con el primer no habría
inconveniente alguno, pero debíamos tener cuidado con el segundo, ya
que el campo era de un chacarero casca rabias, y podía dispararnos
si nos veía. Sabía que era nuestro último día, nos dijo que
esperáramos hasta el año siguiente, y nos prometió que nos haría
un mapa para llegar al sitio.
Frustrados volvimos a Buenos Aires, todo el año esperamos ansiosos a
que llegue enero, queríamos charlar nuevamente con Ismael, que nos
terminara de dar las indicaciones necesarias para llegar.
Nos costó mucho trabajo convencer a nuestros padres que nos
permitieran hacer la excursión. Una ardua negociación,
afortunadamente terminó en diciembre, cuando dieron el visto bueno,
con la única condición que nos acompañe nuestro primo Nicolás,
quien era algo mayor que nosotros, aceptamos el trato encantados.
Durante el año habíamos preparado el equipo de campamento, la
carpa, la división de las mochilas, las cosas que debíamos llevar
para comer, todo planificado.
Después de pasar año nuevo en Buenos Aires, partimos hacia la
costa, un nuevo mes de aventuras nos esperaba, anhelábamos ese viaje
más que ningún otro, por fin conoceríamos el pantano, sabríamos
que se siente cuando se está frente a arenas movedizas.
Conocíamos historias, ciertas o no, de personas a las que se había
tragado, y luego las escupía, ya que al pudrirse los cuerpos se
llenaban de gas y salían a la superficie. Esperábamos ver
cadáveres, la película se había dibujado en nuestras mentes. En un
momento hasta pensamos que si Ismael estaba bien, nos podría
acompañar.
Lo incluimos a Nicolás también en el proyecto, pero no se
comprometió mucho con la causa, no nos importaba, con nuestro
entusiasmo bastaba para hacer cualquier viaje.
Llegamos al pueblo, y lo primero que hicimos fue ir a la verdulería,
Jaime, nos contó que Ismael había fallecido en febrero, pero nos
había dejado un mapa con la ubicación del pantano, y además había
pedido como disposición de última voluntad que tiremos sus cenizas
en las arenas movedizas.
Nos contó que el viejo había estado solo por mucho tiempo, y que en
sus últimos días se lo había visto feliz.
Ese fue nuestro primer contacto con la muerte, aún vivían todos
nuestros abuelos y tíos, no teníamos una noción real del viaje
definitivo de una persona. Con Ismael nos habíamos encariñado y él
con nosotros, se contacto con nuestro plan de citadinos en busca de
aventuras.
Lloramos juntos, no entendíamos lo sucedido, creo que hasta en un
momento nos sentimos defraudados por Ismael, se había muerto antes
de tiempo. Pospusimos la salida uno días, ya que debíamos
recomponernos del golpe.
El 13 de enero emprendimos el primer viaje hacia el pantano.
Nuestro padre nos llevo en Jeep hasta donde pudo llegar detrás del
médano verde, ya que más allá la vegetación impedía que el
vehículo siguiera, y a partir de ahí a caminar.
Era todo un desafío, teníamos 11, 12 y 13 años, y estábamos solos
en el medio de la nada, buscando un pantano, era la situación más
arriesgada que habíamos vivido, sentíamos que podíamos con todo,
caminamos hacia el norte como indicaba el mapa, por la mañana
pateamos y pateamos, al mediodía paramos debajo de unos árboles, y
almorzamos las frutas que traiamos con nosotros, tomamos un poco de
agua, y descansamos un rato.
Con mi primo tuvimos una discusión porque el decía que debíamos ir
hacia la derecha, y yo que el mapa indicaba que debíamos seguir en
la misma dirección. Al final con el voto de mi hermano, que era el
más pequeño, nos decidimos por mi opción.
Pasamos el primer alambrado, llegamos antes de lo que suponíamos,
ese punto era el que Ismael había marcado para que acampemos.
Armamos la carpa, mi hermano se encargó de juntar la leña, y
cocinamos arroz y atún para cenar, prendimos la fogata, y Nicolás
empezó a leer una revista sobre fantasmas que había llevado.
No fue la mejor decisión, a la segunda historia que leyó escuchamos
un ruido detrás nuestro, una vaca que andaba por ahí se había
parado, y gritamos de miedo.
La noche era espectacular, un cielo completamente despejado, veíamos
toda la vialactea ante nosotros, era un manto blanco que nos cubría.
Pero las historias de fantasmas encendieron una mecha en los tres,
estábamos absolutamente cagados, al rato de estar frente a la
fogata, las sombras que provocaba el mismo fuego nos asustaron, no
era para menos, encima llevábamos las cenizas de Ismael con
nosotros, hasta ese momento ni lo pensábamos, en cuanto lo
comentamos fue de mal en peor, creo que imaginamos que el viejo se
nos iba a aparecer en el medio de la noche.
Nos metimos en la carpa, nos abrazamos hasta quedar dormidos, a la
mañana siguiente nos despertó el sol con su calor, y el miedo había
pasado. Pero también descubrimos que mi hermano se había meado
encima, así que estábamos los tres completamente orinados.
Afortunadamente cerca de la carpa había un bebedero de vacas, nos
lavamos un poco ahí. No se que era peor, el agua con la que nos
lavamos o el mismo orín
De todas formas seguimos el viaje, caminamos durante horas a pleno
rayo de sol, pasamos el segundo alambrado, a partir de allí debíamos
tener mucho cuidado, entramos con sigilo, pero no ocurrió nada, al
atardecer llegamos al punto indicado en el mapa por Ismael, pero no
había nada, ni el pantano, ni los arboles ni cosa que se le parezca.
Comenzamos una discusión, que terminó con algunos empujones,
caminamos para un lado, para el otro, pero el pantano no aparecía
Otro año más sin encontrarlo.
Estuvimos casi hasta el anochecer, y decidimos volver a armar la
carpa.
Cuando entramos en ella sentimos el bao de la meada de mi hermano,
resultaba insoportable, había estado todo el día concentrándose, y
cuando la abrimos explotó.
Pusimos las bolsas de dormir afuera y nos acostamos a la intemperie.
Nos contamos chistes e historias hasta quedarnos dormidos junto al
fuego.
Pasaron años de ese momento, pero todavía tengo presente
absolutamente todo, el perfume de la noche, la luz de las estrellas,
el sonidos de los animales, las historias que nos contamos, todo como
si hubiese sucedido ayer.
Fue uno de esos momentos mágicos e inolvidables.
Al mañana siguiente emprendimos el regreso, decidimos tirar las
cenizas de Ismael en ese lugar, no habíamos encontrado el pantano,
pero estábamos parados justo en el punto indicado por Ismael. Así
que cada uno dijo unas palabras de despedida, y el polvo del viejo se
disperso con el viento.
De regreso, acampamos en el mismo sitio de la primer noche, y al día
siguiente llegamos nuevamente al pueblo.
Le contamos la experiencia a nuestros padres, y nos preguntaron si
estábamos frustrados por no haber encontrado el pantano, la verdad
que no lo estábamos, habíamos pasado unos días maravillosos, y
creo que en ese momento dejamos la niñez, este viaje fue una
conversión en nuestras vidas, ingresamos a otra etapa.
El pantano se convirtió en una constante en nuestras vidas, cada año
volvíamos a buscarlo, de hecho ya mayores la hemos repetido varias
veces, nunca supe si el pantano realmente existe, y no deseo saberlo,
a fin de cuentas lo único realmente importante es hacer el viaje, la
búsqueda, los destinos son sólo circunstancias.
M.A. 27/11/2015.
Muy bueno Martin !!
ResponderEliminarBuscar algo y saber qué tal vez nunca lo encontremos y dudar de su existencia es maravilloso , porque hay una espectativa y una relación permanente entre la ficción y lo real .
Casi como la vida
Siempre puede haber una sorpresa
Te felicito