viernes, 27 de noviembre de 2015

En busca del pantano.

Durante mi infancia veranee en la costa, una pequeña población rodeada de bosques y médanos, cuando llegabamos con mi familia empezaba a oler a libertad, largas caminatas por la playa, ocultarnos en los tamariscos, escapar de la gran Ciudad y convertirnos en “salvajes”, hacer vida de campo, cambiar las paredes del departamento por los muros de una casa abandonada en la que jugábamos con amigos, atrapar topos mientras escarbaban sus madrigueras, ir de pesca, aprender a manejar, todo era un plan maravilloso.
A mi hermano y a mi nos encantaba era ir en busca del pantano. Mi viejo nos había contado que trás los interminables médanos había arenas movedizas, y desde que tengo recuerdos, cada año ibamos en su busqueda.
Un día nos dijo que quien sabía la ubicación exacta del pantano, era el anciano que paraba en la puerta de la verdulería. Ese tipo había vivido toda su vida en el pueblo, lo conocía como la palma de la mano. Una tarde en vez de ir a la playa o al arroyo fuimos a la verdulería. Allí nos atendió Jaime, y nos dijo que el viejo estaba muy mal, había enfermado, pero que le encantaría que lo visitemos, estaría gustoso de contarnos todo lo que queramos, y además agregó que tengamos cuidado porque era un poco fabulero.
Como no teníamos nada que hacer, fuimos.
Llegamos a la casa de Ismael, quedaba a unas cuadras de la verdulería, era un rancho casi destruido, vivía solo, la puerta estaba abierta y cuando pasamos el umbral sentimos un olor a humedad que nos tumbaba, aplaudimos para que Ismael se entere de nuestra presencia, y una voz firme contestó:
  • ¿Quién anda ahí?
  • Ismael, somos Pablo y Juan, nos mando Jaime de la verdulería.
  • Ustedes son los hijos del pelado ¿no es cierto?
  • Así es.
  • Bueno pasen, no se van a quedar ahí parados todo el día, yo estoy postrado en la cama.
La habitación se encontraba en completo desorden, el viejo estaba tapado con dos frazadas, era verano, afuera no corría una gota de viento y la temperatura era de 30°, pero Ismael no estaba bien.
  • ¿Qué los trae por aquí?
  • No queríamos molestarlo Ismael, pero nuestro padre nos dijo que Ud. Sabe donde esta el pantano.
  • ¿El pantano?
  • Si si, el pantano señor, queremos conocerlo. Dijo mi hermano.
  • Ustedes no pueden llegar hasta ese lugar, esta reservado para los baqueanos.
  • Ismael, hace mucho tiempo que venimos a veranear a este pueblo, somos casi baqueanos.
  • Jajajaja, ustedes ni siquiera saben el significado de esa palabra.
  • Bueno jefe, no queríamos molestarlo, así que nos vamos.
  • No no, pongan la pava y hagan mate, voy a ver si son capaces de llegar al pantano.
Le trajimos el mate, empezó a cebar y me lo pasó, rechace el convite, mi hermano lo aceptó gustoso, cuando agarró el porongo, lo mire indicándole que lo deje, el viejo estaba enfermo, podía contagiarnos. Ismael se percató de mi seña, y dijo:
  • No te digo yo, ustedes son baqueanos y les da asco tomar de mi mate, lo que yo sufro no es contagioso, así que no tengan miedo.
Mi hermano me lanzó una mirada burlona y le pegó una chupada a la bombilla.
  • A ver ¿por qué quieren conocer el pantano? ¿Qué creen que pueden encontrar allí?
  • Desde chicos que queremos ir.
  • Ustedes aún son chicos.
  • Si si, pero aún más de pequeños queríamos ir también.
  • Nos intriga saber como es un pantano. Agregó Juan.
  • Exacto, vivimos en una gran Ciudad en la que todas las calles son de pavimento, y no nos imaginamos que puede haber en un pantano.
  • ¿Y cómo piensan llegar?
  • Mi padre nos puede llevar en el Jeep.
  • Para llegar al pantano hay que ir caminando o a caballo, en vehículo no se puede.
  • ¿Por qué no se puede?
  • Porque no es de baqueano, al pantano sólo llegan los baqueanos, ya se los dije.
  • Esta bien, iremos caminando entonces ¿cuán lejos queda?
  • Hay que caminar mucho, yo los veo medio debiluchos a Uds.
  • Confié en nosotros Ismael, tenemos muchas ganas, y con ganas nadie nos para.

Así estuvimos un buen rato, el viejo nos explicó que debía descubrir si podía confiar en nosotros, y advertirnos de todos los peligros antes de decirnos como llegar.
Después de horas de charla nos pidió que vayamos al día siguiente para seguir con la plática.
A partir de ese momento, pasamos todas las tardes con Ismael hasta el fin de las vacaciones, las charlas no iban solamente de temas vinculados con el pantano, sino con la historia del pueblo, con las cosas que debía hacer alguien del campo, sobre como reaccionar ante el ataque de un puma, en que posición debíamos armar la carpa, como debíamos hidratarnos, el viejo sabia de todo, o lo inventaba, aún así lo escuchábamos con atención. Aprendimos a tomar mate amargo, le llevavamos churros, le encantaban. Por momentos disfrutábamos más las historias de Ismael que la playa, los médanos, el mar, y todas las demás actividades.
El último día nos explicó el camino hasta el pantano, nos dijo que no se podía llegar en un solo día, quedaba muy lejos, tendríamos que caminar recto por detrás del médano verde, acampar cuando caiga la noche, hacer un fuego, y esperar a que salga el sol, al día siguiente debíamos caminar en dirección contraria al amanecer, habría que cruzar dos alambrados, con el primer no habría inconveniente alguno, pero debíamos tener cuidado con el segundo, ya que el campo era de un chacarero casca rabias, y podía dispararnos si nos veía. Sabía que era nuestro último día, nos dijo que esperáramos hasta el año siguiente, y nos prometió que nos haría un mapa para llegar al sitio.

Frustrados volvimos a Buenos Aires, todo el año esperamos ansiosos a que llegue enero, queríamos charlar nuevamente con Ismael, que nos terminara de dar las indicaciones necesarias para llegar.
Nos costó mucho trabajo convencer a nuestros padres que nos permitieran hacer la excursión. Una ardua negociación, afortunadamente terminó en diciembre, cuando dieron el visto bueno, con la única condición que nos acompañe nuestro primo Nicolás, quien era algo mayor que nosotros, aceptamos el trato encantados.
Durante el año habíamos preparado el equipo de campamento, la carpa, la división de las mochilas, las cosas que debíamos llevar para comer, todo planificado.
Después de pasar año nuevo en Buenos Aires, partimos hacia la costa, un nuevo mes de aventuras nos esperaba, anhelábamos ese viaje más que ningún otro, por fin conoceríamos el pantano, sabríamos que se siente cuando se está frente a arenas movedizas.
Conocíamos historias, ciertas o no, de personas a las que se había tragado, y luego las escupía, ya que al pudrirse los cuerpos se llenaban de gas y salían a la superficie. Esperábamos ver cadáveres, la película se había dibujado en nuestras mentes. En un momento hasta pensamos que si Ismael estaba bien, nos podría acompañar.
Lo incluimos a Nicolás también en el proyecto, pero no se comprometió mucho con la causa, no nos importaba, con nuestro entusiasmo bastaba para hacer cualquier viaje.
Llegamos al pueblo, y lo primero que hicimos fue ir a la verdulería, Jaime, nos contó que Ismael había fallecido en febrero, pero nos había dejado un mapa con la ubicación del pantano, y además había pedido como disposición de última voluntad que tiremos sus cenizas en las arenas movedizas.
Nos contó que el viejo había estado solo por mucho tiempo, y que en sus últimos días se lo había visto feliz.
Ese fue nuestro primer contacto con la muerte, aún vivían todos nuestros abuelos y tíos, no teníamos una noción real del viaje definitivo de una persona. Con Ismael nos habíamos encariñado y él con nosotros, se contacto con nuestro plan de citadinos en busca de aventuras.
Lloramos juntos, no entendíamos lo sucedido, creo que hasta en un momento nos sentimos defraudados por Ismael, se había muerto antes de tiempo. Pospusimos la salida uno días, ya que debíamos recomponernos del golpe.
El 13 de enero emprendimos el primer viaje hacia el pantano.
Nuestro padre nos llevo en Jeep hasta donde pudo llegar detrás del médano verde, ya que más allá la vegetación impedía que el vehículo siguiera, y a partir de ahí a caminar.
Era todo un desafío, teníamos 11, 12 y 13 años, y estábamos solos en el medio de la nada, buscando un pantano, era la situación más arriesgada que habíamos vivido, sentíamos que podíamos con todo, caminamos hacia el norte como indicaba el mapa, por la mañana pateamos y pateamos, al mediodía paramos debajo de unos árboles, y almorzamos las frutas que traiamos con nosotros, tomamos un poco de agua, y descansamos un rato.
Con mi primo tuvimos una discusión porque el decía que debíamos ir hacia la derecha, y yo que el mapa indicaba que debíamos seguir en la misma dirección. Al final con el voto de mi hermano, que era el más pequeño, nos decidimos por mi opción.
Pasamos el primer alambrado, llegamos antes de lo que suponíamos, ese punto era el que Ismael había marcado para que acampemos.
Armamos la carpa, mi hermano se encargó de juntar la leña, y cocinamos arroz y atún para cenar, prendimos la fogata, y Nicolás empezó a leer una revista sobre fantasmas que había llevado.
No fue la mejor decisión, a la segunda historia que leyó escuchamos un ruido detrás nuestro, una vaca que andaba por ahí se había parado, y gritamos de miedo.
La noche era espectacular, un cielo completamente despejado, veíamos toda la vialactea ante nosotros, era un manto blanco que nos cubría.
Pero las historias de fantasmas encendieron una mecha en los tres, estábamos absolutamente cagados, al rato de estar frente a la fogata, las sombras que provocaba el mismo fuego nos asustaron, no era para menos, encima llevábamos las cenizas de Ismael con nosotros, hasta ese momento ni lo pensábamos, en cuanto lo comentamos fue de mal en peor, creo que imaginamos que el viejo se nos iba a aparecer en el medio de la noche.
Nos metimos en la carpa, nos abrazamos hasta quedar dormidos, a la mañana siguiente nos despertó el sol con su calor, y el miedo había pasado. Pero también descubrimos que mi hermano se había meado encima, así que estábamos los tres completamente orinados.
Afortunadamente cerca de la carpa había un bebedero de vacas, nos lavamos un poco ahí. No se que era peor, el agua con la que nos lavamos o el mismo orín
De todas formas seguimos el viaje, caminamos durante horas a pleno rayo de sol, pasamos el segundo alambrado, a partir de allí debíamos tener mucho cuidado, entramos con sigilo, pero no ocurrió nada, al atardecer llegamos al punto indicado en el mapa por Ismael, pero no había nada, ni el pantano, ni los arboles ni cosa que se le parezca.
Comenzamos una discusión, que terminó con algunos empujones, caminamos para un lado, para el otro, pero el pantano no aparecía
Otro año más sin encontrarlo.
Estuvimos casi hasta el anochecer, y decidimos volver a armar la carpa.
Cuando entramos en ella sentimos el bao de la meada de mi hermano, resultaba insoportable, había estado todo el día concentrándose, y cuando la abrimos explotó.
Pusimos las bolsas de dormir afuera y nos acostamos a la intemperie. Nos contamos chistes e historias hasta quedarnos dormidos junto al fuego.
Pasaron años de ese momento, pero todavía tengo presente absolutamente todo, el perfume de la noche, la luz de las estrellas, el sonidos de los animales, las historias que nos contamos, todo como si hubiese sucedido ayer.
Fue uno de esos momentos mágicos e inolvidables.
Al mañana siguiente emprendimos el regreso, decidimos tirar las cenizas de Ismael en ese lugar, no habíamos encontrado el pantano, pero estábamos parados justo en el punto indicado por Ismael. Así que cada uno dijo unas palabras de despedida, y el polvo del viejo se disperso con el viento.
De regreso, acampamos en el mismo sitio de la primer noche, y al día siguiente llegamos nuevamente al pueblo.
Le contamos la experiencia a nuestros padres, y nos preguntaron si estábamos frustrados por no haber encontrado el pantano, la verdad que no lo estábamos, habíamos pasado unos días maravillosos, y creo que en ese momento dejamos la niñez, este viaje fue una conversión en nuestras vidas, ingresamos a otra etapa.
El pantano se convirtió en una constante en nuestras vidas, cada año volvíamos a buscarlo, de hecho ya mayores la hemos repetido varias veces, nunca supe si el pantano realmente existe, y no deseo saberlo, a fin de cuentas lo único realmente importante es hacer el viaje, la búsqueda, los destinos son sólo circunstancias.
M.A. 27/11/2015.

1 comentario:

  1. Muy bueno Martin !!
    Buscar algo y saber qué tal vez nunca lo encontremos y dudar de su existencia es maravilloso , porque hay una espectativa y una relación permanente entre la ficción y lo real .
    Casi como la vida
    Siempre puede haber una sorpresa
    Te felicito

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